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La larga sombra del Trumpismo sobre Cuba

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Cuba no está preparada para esta victoria de Trump. Además de un triunfo aplastante en las urnas, el Partido Republicano se hizo con la mayoría en el Senado y posiblemente en la Cámara, y parece haber ganado también el voto popular, por primera vez en 20 años, a pesar de las polémicas, los juicios pendientes y el autoritarismo de Donald Trump. Si una primera administración de Trump logró poner en jaque a la Isla, no es difícil imaginar las consecuencias de una segunda.

El resultado de las elecciones no solo demuestra la misoginia y el racismo aún arraigados en la sociedad estadounidense, sino la estrategia fallida del Partido Demócrata, que demoró en decidirse por Kamala Harris, apostando por el deteriorado Joe Biden, con una política exterior impopular y prometiendo continuidad.

La evidente táctica de campaña de Harris de marcar distancia con Biden, al final no le ganó los votos necesarios, y quien se convertirá en el primer presidente condenado de la historia de los Estados Unidos, conquistó incluso los estados pendulares —según el escrutinio hasta el momento.

Su retorno a la Casa Blanca es celebrado por la comunidad cubana en la Florida, que no solo apoya la agenda republicana, sino que también aboga por la política de línea dura hacia Cuba para un cambio de régimen, lo cual es muy posible que se concrete con un recrudecimiento de las medidas unilaterales coercitivas hacia la Isla por los próximo cuatro años.

Desde el punto de vista humanitario es imperdonable que la administración Biden haya dejado intactas las medidas establecidas por Trump durante su mandato anterior. Y ahora, con el trumpismo revitalizado, se cierne sobre Cuba el peligro de una nueva oleada de restricciones que llegarán cuando el país vive su peor momento de crisis agudizada, en los órdenes económico, político y social.

Ante esta realidad y la presión que con toda certeza ejercerán las voces más estridentes de Miami, es urgente que las autoridades cubanas apuesten por una reforma integral de la economía, que se liberen las fuerzas productivas tanto en el sector estatal como el no estatal, y que se opte de una vez por todas por una estrategia de diálogo y reconciliación nacional. 

El resultado electoral en Estados Unidos es un referendo de la administración demócrata, pero la situación actual en Cuba es también un referendo de la gestión de crisis del gobierno cubano en los últimos ocho años, que ha apostado a la continuidad frente a una población y una realidad que demandan cambios urgentes.

Un pronóstico plausible es que a una profundización de la crisis actual dada por más restricciones de la nueva administración Trump, pudiera sobrevenir una etapa de desestabilización social e ingobernabilidad, cuyas consecuencias serían nefastas para los cubanos de a pie. La esperanza de que una alianza entre Trump y Putin pueda salvar a Cuba es irreal. Corresponde a las autoridades cubanas demostrar capacidades para hacer del país uno donde el desarrollo y la vida misma sean posibles.

La crisis humanitaria cubana podría llegar a un estado sin precedentes.

Alertamos que en Cuba no existen condiciones para una transición pacífica. Si los designios de aquellos que apoyan el trumpismo se cumplen, el precio en violencia y escasez no lo pagará la clase política del país, sino el pueblo. Mucho tememos que de no tomarse un paso definitivo con un programa de reformas económicas, políticas y sociales, la gravedad de la situación pudiera ser el principio del fin.


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